Las recién graduadas en Medicina Irene Pérez y Lucía Hernández explican  la experiencia de voluntariado que han vivido en Santo Tomé y Príncipe durante tres semanas. Una experiencia inolvidable, enriquecedora y que estas zamoranas recomiendan a todo el mundo: “Sea cuál sea la ocupación de una persona, siempre hay formas de ayudar a los demás”, exponen.

Seis duros y arduos cursos para completar el Grado de Medicina. Varios meses de preparación para afrontar y sacar adelante un examen que abre las puertas de una especialidad para cubrir el periodo obligatorio de Médico Interno Residente. Seis amigos. Santo Tomé y Príncipe.

Es la historia habitual de un grupo de compañeros que tras casi siete trabajosos años de continuo estudio deciden cerrar su etapa universitaria con un desenfrenado viaje de fin de carrera que les lleva a disfrutar de un macro complejo vacacional en este país isleño africano en el golfo de Guinea. Pero en este caso no hay pulseras de todo incluido que permitan comer y beber hasta perder la noción del tiempo. No hay piscinas con hamacas en el agua. Tampoco un servicio de masaje que puedas contratar mediante el teléfono de la habitación.

Manuel, Patricia, María, Jesús, Irene y Lucía finalizaron sus estudios en la universidad, pasaron su examen que le abría las puertas del MIR y decidieron vivir una experiencia que marcaría sus vidas para siempre. Viajar a Santo Tomé y Príncipe en labor humanitaria. Ayuda a cambio de nada. Nada al menos material. Pero sí sentimental. Las zamoranas Irene y Lucía transmiten a zamora24horas una vivencia única, sobrecogedora, a ratos triste, pero tremendamente enriquecedora. Ayudar a la población más deprimida de este país africano.

Cinco médicos y un enfermero que cogieron las maletas y con la ayuda de la ONG Cooperación BierzoSur emprendieron la aventura que durante tres semanas les llevó a descubrir un mundo completamente diferente al que vive un urbanita en nuestro país. Un mundo con abismales diferencias sociales y con unas carencias sanitarias superlativas. La escasez de medicamentos y el alto precio que se paga por ellos hace imposible poder ejercer una medicina similar a la de países desarrollados. “Tienes que adaptarte a los medicamentos que tienes cada día en el dispensario”, reconocen las zamorana Irene Pérez y Lucía Hernández.

-¿Por qué decidís embarcaros en esta aventura?
-Nos gusta viajar y teníamos ganas de hacer un voluntariado. Se trata de una experiencia que enriquece y te ayuda a crecer como persona. Si a mayores, en nuestro caso, podemos aprovechar lo aprendido para ayudar en materia sanitaria, mucho mejor. Ha sido una experiencia que nos ha venido muy bien y que estamos deseando repetir.
-¿Cómo elegís el destino?
-Teníamos claro que no queríamos ir a un sitio completamente desconocido del que no tuviéramos referencias. Por eso, contactamos con la ONG Cooperación BierzoSur y nos facilitó esta opción, porque ellos trabajan allí con asiduidad. Nos ayudaron en todos los trámites y nos ubicaron en una vivienda para los seis amigos que viajábamos desde aquí. Otro de los puntos que nos ayudó a decidirnos fue el idioma, ya que al ser portugués nos permitía defendernos bien y nuestra ayuda sería mucho más efectiva.
-¿Qué misión os encomendaron?
-Cuatro de nosotros estábamos en centros de salud y dos se encargaron de viajar por la isla para ir censando casa por casa los niños discapacitados que había en la isla. A partir de ahí, hicieron unas valoraciones para que cuando lleguen los cirujanos conozcan los casos de primera mano y puedan darle la prioridad que estimen oportuna.
-Una vez finalizaba la experiencia, ¿os gustaría repetir?
-Sí, en nuestra cabeza está repetir experiencia. A partir de ahí, por una parte nos gustaría volver al mismo lugar para tener la sensación de que continuamos algo que dejamos pendiente, pero también tener la posibilidad de conocer otros países en la misma línea de necesidad.

Las tres semanas transcurrieron con un patrón muy similar, sobre todo en la primera parte de la jornada. A las cinco de la madrugada el sol comenzaba a asomar y la vida empezaba a fluir en la capital. No obstante, la expedición integrada por las zamoranas seguía un horario europeo que les llevaba a entrar en el centro de salud a las ocho de la mañana. Antes, en la vivienda gestionada por la ONG, el grupo trataba de adaptarse sin agua caliente, con constantes cortes de luz y con una alimentación alejada de lo que puede ser costumbre en nuestro país. “Los supermercados están bien abastecidos pero los productos que vienen de Europa están muy caros”, recuerdan Irene y Lucía, que ponen como ejemplo los cuarenta euros a los que se vendían unas pechugas de pollo.

Una vez en el centro de salud, ubicado en Guadalupe, capital del distrito de Lobata, los voluntarios se ponían a las órdenes de los médicos locales y se desarrollaba una reunión matinal para conocer el número de ingresados en el centro de salud y los medicamentos disponibles. Tras eso, visita a los ingresados y tiempo para pasar las consultas.

-¿Cómo eran las consultas?
-No difiere tanto a lo que tenemos en España en cuanto a funcionamiento. Es cierto que allí no hay nada digitalizado y en caso de que haya historias clínicas están apuntadas en papel.
-¿Alguna vez tuvisteis que recetar algo que sabíais que no podía adquirir el paciente?
-Sí, a veces se presentaban casos en los que la solución al problema era tomar dos o tres medicamentos, pero sabíamos que era imposible que pudieran comprar todos. Por eso siempre tratábamos de priorizar los más necesarios, para que los pacientes supieran cuáles eran más indispensables.
-¿Se nota quién puede hacer frente a los medicamentos y quién no?
-Sí, allí las diferencias socioeconómicas son mucho más pronunciadas que en España, y se veía perfectamente el que no iba a poder ni siquiera desplazarse a la capital a comprar las medicinas y quien tenía la capacidad económica para hacerlo.

Allí los hospitales y los centros de salud no son grandes edificios perfectamente comunicados y dotados, sino barracones que además de tener el cartel del servicio que prestan, también llevan aparejado el nombre del país que lo ha donado. Países que muchas veces hacen donaciones poco útiles. “Los quirófanos pueden estar dotados como en España, pero no les sacan partido porque la mitad de las máquinas no saben usarlas y la otra mitad utilizan tanta potencia eléctrica que son inasumibles para el sistema eléctrico”, recuerdan estas dos zamoranas que inciden en la importancia de la formación, además de la donación.

-¿Cuáles eran las enfermedades más habituales?
-Había muchas diarreas, parásitos, infecciones…
-¿Y qué recomendabais?
-Tratábamos de hacerles ver que no debían bañarse en el río. Sabemos que es complicado porque no todas las casas tenían agua corriente y es difícil cambiar de hábitos a una población.
-Sanitariamente, ¿qué es lo que más se echaba en falta?
-Pues lo habitual es decir que medicamentos y medios. Pero la realidad es que lo más urgente es formación por un lado y educación sanitaria por otro. En cuanto a esto último, la misma ropa que lavaban en el río, donde estaban bañándose el niño y el cerdo juntos, era la misma que ponían a secar en la carretera llena de tierra y después se la ponían. Esa forma de vida es la que genera que se propaguen algunas enfermedades.
-¿Cómo os adaptabais a la falta de medios?
-Cuando vas a este tipo de voluntariados tienes que ir con la mente muy abierta y estar preparado para todo. Hemos tenido que aprender mucho de los médicos de allí porque hemos tenido que hacer una medicina diferente a la que haríamos en España, en cuanto a formas de afrontar problemas y enfermedades con recursos y medicamentos muy limitados. Tratas por intuición, por síntomas de exploración, pero no hay certezas de nada y recetas en función de lo que hay.

A mediodía, la expedición de voluntarios regresaba a la capital, comía en su vivienda y aprovechaba la tarde para conocer algunas de las zonas más interesantes de la isla. “Nos daba miedo salir porque se hacía muy pronto de noche y la primera semana estuvimos metidos en casa, sin saber qué hacer. Pero a medida que fuimos cogiendo confianza ya empezamos a conocer a la gente y a ver zonas del país en las que pudimos comprobar la forma de vivir de los lugareños”, explican las zamoranas.

-¿Cómo os recibió la población local?
-Bien, son muy serviciales y cuando veían que éramos médicos y que íbamos a ayudar notábamos que la integración era más fácil.
-¿Y los niños?
-Los niños son muy cariñosos. Les sorprende ver a gente blanca y cuando íbamos por la calle y veíamos a grupo de niños, siempre se acercaban y se nos subían encima, sonriendo.
-¿Cómo son las comunicaciones con el exterior de la isla?
-Hay muy pocas radios y televisiones. Lo que más había, y nos sorprendió mucho, eran teléfonos móviles. Todo el mundo tenía un móvil y en muchos casos de alta gama. Nos decían que a las grandes empresas les interesaba más comercializar móviles que invertir dinero en potabilizar el agua. Es más rentable.

Ahora, tras la experiencia, Lucía Hernández se prepara para comenzar en Pediatría en Oviedo e Irene Pérez entrará a formar parte de Familia en Valladolid. “Recomendaríamos a todo el mundo, sea de la profesión que sea, esta experiencia. Porque siempre se puede echar una mano y sirve para crecer como persona”, lanzan como último mensaje, a la vez que advierten: “Es con este tipo de experiencias con las que realmente te das cuenta de todo lo que tienes en España”.

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FUENTE: zamora24horas.com